Desde 1996, la Comunidad Terapéutica Puntiti abre sus brazos para acoger a niños, adolescentes y jóvenes con discapacidad profunda, muchos de ellos huérfanos o abandonados.
Aquí, la hospitalidad y la caridad no son solo valores: son la vida diaria. Cada sonrisa, cada palabra y cada gesto de cariño reflejan el compromiso de quienes trabajan en el centro y la fuerza del carisma de las Hermanas Hospitalarias.
Aunque el camino no siempre es fácil, los recursos son limitados y las necesidades son inmensas, la fuerza de este hogar está en el amor incondicional, en la entrega de cada hermana y colaborador, en la solidaridad de voluntarios y donantes que comparten su tiempo, talento y generosidad.
Conoce los testimonios de quienes día a día trabajan en Puntiti, compartiendo su experiencia de hospitalidad, cariño y entrega hacia los niños.
Elba Marca, colaboradora desde hace ocho años, nos comparte que su trabajo está marcado por la hospitalidad.
“Primeramente con hospitalidad a los niños, con la atención, con cariño, con amor… porque los niños acá necesitan bastante amor. Nosotros somos como sus mamás”.
María Solís, auxiliar de enfermería con 23 años de experiencia, considera que su labor es un acto de amor y entrega: “Mi experiencia trabajando en el centro ha sido muy buena, he aprendido muchas cosas, a valorar mejor la vida, a ser mejor persona, a dar un poco más de mí en el día a día con los niños.
Más que caridad, mi trabajo sería un acto de amor, un acto de entrega, con paciencia, con voluntad, con agradecimiento por todo lo aprendido aquí con los niños, con el personal, con las hermanas. Ellas me han enseñado los valores, el respeto a la vida, la paciencia, la hospitalidad, la caridad, la calidez en el trabajo, en el servicio con los niños”.
Patricia Vargas, colaboradora administrativa y encargada de la pastoral de salud, destaca el valor del tiempo dedicado a los niños: “Para mí, mi trabajo, es un servicio de vocación, un servicio de compromiso por el amor que les tengo a los niños.
Lo que hace diferente a esta comunidad, es el tiempo que le dedicamos a nuestros niños en hacer diferentes actividades, como paseos, integrarlos a la sociedad; por eso somos hospitalarias. Lo más gratificante es recibir día a día esa sonrisa, ese cariño que nos brindan los niños a pesar de sus limitaciones. Eso no tiene precio”.
Sor Luzzia Da Silva, hermana hospitalaria presente en Puntiti desde hace tres años, recuerda: “Estoy en la congregación desde 1987, siempre actuando en favor de los enfermos mentales.
Aquí es una escuela para aprender a cuidar de la vida, protegerla y defender la causa de los niños, que muchas veces no pueden siquiera saber su nombre, ni hablar, ni caminar.
Aquí practicamos la caridad y la hospitalidad aprendida por San Benito Menni, quien fue testigo de la misericordia de Dios junto a personas necesitadas.
En Puntiti formamos parte de la familia de los niños, cuidándolos, ayudándolos en todo, siendo sus manos, pies, ojos y voz, siempre a servicio de Dios”.
En Puntiti, cada acto de amor transforma vidas y reafirma que la caridad no es solo ayuda: es sanar, dignificar y devolver la esperanza a quienes más lo necesitan.